Nuestro campo ¿Dónde estamos?
 
 
     
 

El Camino de las Estancias

Desde su llegada al Nuevo Mundo, los conquistadores españoles se propusieron señorear la tierra, y palmo a palmo, a costa de su sangre, fueron conquistando el ubérrimo suelo americano.
Plantaron aquí y allá las semillas de la civilización europea; fundaron ciudades precarias, a veces hasta miserables, y desde allí partieron hacia los cuatro rumbos.
En la Argentina, desde Buenos Aires se fueron adentrando en la pampa sin límites tras las tropillas de caballos salvajes, milagrosamente multiplicados desde los tiempos de la primera fundación.
Tierra y animales: tales fueron los baluartes de la colonización: pero a la tierra había que ocuparla, y a los animales había que amansarlos.
Así, por las necesidades de la vida misma, nacieron las estancias, unidades sociales y económicas, pioneras de una nueva etapa.
La estancia significaba un caserío arraigado en el suelo, ranchos alrededor, estancieros y peonada; era un alto en la travesía por la pampa sin límites, era la mano tendida y mate reparador.
El Rey hacía “mercedes” de estancias a sus fieles servidores y pagaba con tierras el servicio de las armas. En Chascomús podemos citar dos ejemplos ilustres contemporáneos con la fundación de la ciudad: el “Rincón de López”, de Don Clemente López de Osornio, en la desembocadura del Salado, y la “Alameda”, del Capitán Juan Gregorio Girado, recostado sobre la barranca de la laguna de Chascomús.
Ya en la época de Rivadavia, llegaron los hijos de las Islas Británicas, y con su innato sentido de la propiedad, alambraron sus campos y usaron por primera vez los cercos de talas; mucho se les debe en la forestación de la pampa: una arboleda en la soledad, significaba siempre una estancia inglesa. El mayor ejemplo de esta etapa es la “Santa María” de Newton, cercada por fuertes alambras de hierro, traídos especialmente desde Inglaterra, que hoy pueden admirarse en el Museo Pampeano.
La época de Rosas fue época de grandes estancias: el Restaurador, sus hermanos, su socio Terroro, sus primos Anchorena, sus amigos Pacheco, Senillosa… poseyeron grandes establecimientos, poblados por miles de animales: cuero y carne eran sus fuentes de riqueza. Son sus testimonios “La Segunda”, que fuera de Prudencio Rosas y “La Postrera”, que recuesta su bella arquería junto al Salado, posesión de Ambrosio Cráter, soldado de Napoleón, luego criador de ovejas, muerto en la Batalla de Chascomús.
Coincidiendo con la expansión económica de Inglaterra, La Argentina vivirá sus décadas de “vacas gordas” : la carne, el trigo, la lana, eran productos privilegiados de intercambio.
Los estancieros detentaban, a la vez, el poderío económico y el político: en medio de una pampa aún sin caminos, y de rigurosa tracción a sangre, se levantaban mansiones fastuosas, de rasgos europeos, que aún hoy nos asombran por su magnificencia, basta mencionar “Manantiales”, de Alvear, y “La Belén” y “Las Barrancas” de Manuel J Cobo.
Las estancias tuvieron una larga etapa de gloria, a lo largo de tres siglos de historia argentina. La población rural ya se ha hecho urbana, caminos y vehículos pueblan la soledad; ya no se ven reseros transportando majadas, ni ordeñadores a mano, ni potros salvajes. Todo ha cambiado.
La estancia vieja es una nostalgia. Visitarla aquieta el alma, porque evoca un estilo de vida más apegado a la tierra y a sus milagros, más rudo, pero más verdadero.
Porque ¿ que mejor remedio para el estrés que adormecerse bajo un árbol añoso, y despertar con el canto de los pájaros?

Alicia Lahourcade

 

 
     
 
Susana Caquineau © 1999-2006