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HISTORIA DE LA PLAZA INDEPENDENCIA

 
     
 

Dra. Alicia Lahourcade

 
     
 
 
     
 

Cada ciudad tiene su centro privilegiado, cargado de historia, especie de órgano vital que derrama la vida hacia los cuatro rombos. En Chascomús es, sin duda alguna, la plaza Independencia. Hacer la historia de la Plaza Independencia es casi como hacer la historia de Chascomús. A través de los años, ese lugar mostró su rostro cambiante, desde el austero y primitivo reducto cástrense, hasta el centro lleno de vida de una ciudad turística.

 
 
 
 

La actual Plaza Independencia nació como parte del fuerte de San Juan Bautista, pues si bien el cuadrado defensivo media apenas algo mas de 60 metros , entre la estacada y el foso había amplio lugar para la caballada, que necesariamente debía ser numerosa, y para las seis carretas con sus bueyes, transporte obligado para toda ocasión.

 
 
 
 
Además, si el peligro de las indiadas así lo exigía, allí se refugiaban las familias de la naciente población, cuyos ranchos se arracimaban en torno a la protección del fuerte.
 
 
 
 
Quizás donde ahora hay una fuente o un macizo de rosas, estuvo el cañoncito que con su estampido ponía el toque de alarma, avisando a todos que era preciso buscar refugio.
 
 
 
 

La Plaza Independencia en 1780: podemos imaginarla como un cuadro: un grupo de blandengues que se acerca, los vigías que ordenan levantar el puente levadizo, otros soldados que salen a recibirlos, grupos de mujeres y niños, y hasta el capellán castrense, curioso sale de la capilla.

El 23 de agosto de ese año, el cuadro alegre se volvió trágico: el cañoncito no cesaba de tronar, avisando a todos que el malón de acercaba, las familias que vivían junto al fuerte, casi todas mujeres e hijos de los propios blandengues, fueron los primeros en salvar el foso luego llegaron, a galope tendido, las gentes de zonas mas alejadas.

Nadie hablaba: no había tiempo para hablar, sólo para gritar órdenes, refugiarse y prepararlo todo para la defensa. El vigía lanzó su aviso, los soldados y milicianos tomaron ubicación, con las armas preparadas. La indiada erizó el horizonte con sus lanzas. Vino la primera carga.

Los defensores resistieron y los infieles se retiraron, pero todos sabían que iban a volver. Como centauros pampas, gritando, arrojando sus lanzas con puntería mortal, incendiando techos de paja, atacaron una y otra vez. Por fin vino el sosiego. Seguros del triunfo los blandengues salieron a perseguir a los indios.

Dentro de la fortificación, empezó el triste recuento de vidas perdidas, destrozos y heridos.

En la plaza quedó flotando el olor a pólvora.

Así fue el bautismo de fuego y sangre de Chascomús y tuvo por escenario, precisamente, La Plaza Independencia.

Apenas estaban los fortineros restañando sus heridas cuando los sacudió la noticia: se acercaba una caravana de carretas. La novedad alertó al fuerte y recorrió velozmente el caserío. Era mucha gente. y no eran soldados. Venían sí, con escolta, pero las pesadas carretas anunciaban carga importante. No era para menos; ocho familias venidas de Galicia, la tierra de leyendas y prodigios, venían a afincarse al abrigo del fuerte. Los hombres lo miraban todo, como tratando de adivinar qué clase de vida les esperaba.

Las mujeres, ropas y pañuelo negro, eran un manchon oscuro en el verde primaveral.

Los viejos pobladores los rodearon: no se conocían, pero sabían que juntos enfrentarían el futuro. La vida era dura para todos, sabor a fruta silvestre, a veces dulce, pero siempre con un dejo ácido.

Estas fueron las gentes primeras que pisaron nuestra Plaza Mayor: soldados del Rey, inmigrantes gallegos, algún indio que se acercaba en son de paz, o algún negro con ojos asombrados, que llegaba como servidor para las autoridades del fuerte.

La vida transcurría a veces sin novedad, y otra plena de agitación: se incendiaron las cocinas, y todo el mundo a acarrear agua del foso para apagar el incendio, había que reconstruir el fuerte, y soldados y vecinos colaboraron.

 
 
 
 

Ni las invasiones inglesas ni la Revolución de mayo agitaron especialmente a Chascomús. Seguía siendo un enclave cristiano en un mundo salvaje.

Por entonces (1808), se paseaba por el poblado un nuevo personaje: se llamaba Juan Lorenzo Castro y Rodríguez, y llevaba el pomposo titulo de Alcalde de la Hermandad , es decir que por primera vez tuvo Chascomús un funcionario civil, y no dependía en todo del comandante del fuerte.

Luego, las paciones partidistas agitaron los comienzos de nuestra vida política, y Chascomús empezó a llenarse de gente extraña: eran exiliados que venían a nuestro Fuerte de San Juan Bautista como última tierra de civilización. ¡pensar que exilio en Chascomús era el máximo castigo!

Morenistas defenestrados por la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, complicados en la Revolución de Alzaga, españoles rendidos en Montevideo, partidarios del derrocado Alvear, van llegando a la lejana guardia de frontera. si hasta llego Francisco Javier de Viena, un ex ministro de Guerra.

Con razón Don Fermín Rodríguez, alcalde de Chascomús en 1815, tuvo que decretar la total libertad para la fabricación de pan, poniendo como causa el aumento de población ocasionado por los confinamientos políticos. y nadie puede dudar de que la razón es bien original .

En 1818 vivió Chascomús la emoción intensa de ser madre de pueblos: es que su comandante Ramón Lara, previos tratos amistosos con los indios, partió hacia el sur, y mas allá del Salado fundó Nuestra Señora de los Dolores, la nueva población que le arrebataría a Chascomús el titulo de última población cristiana, o avanzada en el desierto.

 
 
 
 

Escenario, la actual Plaza Independencia, pero en 1830.

El Gobernador ha llegado, guardado por fieles soldados vestidos de rojo, sus celebres "Colorados del Monte". Como tantas otras veces, anda de inspección por la campaña. Rosas se ha fijado especialmente en el estado ruinoso de los templos, y se ha propuesto mejorarlos.

En Chascomús, los vecinos no ansiaban otra cosa que tener su templo, ya que destruida la capilla del fuerte, desde 1818 las ceremonias del culto de celebraban en la casa particular, del Vice-Párroco. Luego Chascomús fue parroquia (1825), pero ni aun entonces tenía iglesia.

Como no podía ser de otra manera, se formó una comisión de vecinos que inmediatamente se dedicó a recaudar fondos y acopiar materiales para la obra.

La comisión se puso al habla con el conocido ingeniero Felipe Senillosa, que con su eficiencia característica trazo los planos.

El acopio de materiales no ceso de crecer. Para mediados de 1832 se habían acumulado cien mil ladrillos y doscientas carretadas de arena, además de otra cantidad de elementos.

En la actual Plaza Independencia, frente al viejo camposanto, el montón se iba transformando en colina. En una fecha hermosa, 25 de diciembre de 1832, se colocó la piedra fundamental.

Es entonces que por una de esas casualidades que nos suele regalar la Historia , haciendo cruz con la futura iglesia se va acopiando también material de construcción: es el paraguayo Vicente Casco, que ha querido a su vez levantar una gran casa familiar, la primera de dos pisos que conoció Chascomús, de gruesas paredes y ventanas de recios postigones defendidas por reja .

Casco trajo su propio maestro constructor Don Matías del Fierro, quienes se paseaban vigilando la ejecución de ambas obras, y se decía para sus adentros, que su casa no desmerecería junto al templo, más bien sería hermosa hermana menor.

Y es así. Ese ángulo de la Plaza Independencia que hace ciento cincuenta años nació al unísono, es uno de los rincones predilectos de la ciudad, lugar del tiempo detenido que se contempla con amor.

Don Vicente ya disfrutaba de su casa, y veía crecer día a día la obra del templo; ignoraba que por una desgraciada circunstancia de la vida, una de las torres le serviría de cárcel antes de marchar hacía su trágico final.

Desde el portal de la Casa de Casco, los asistentes al baile federal, la noche del 7 de noviembre de 1839, podían mirar el negro cuadrado de la plaza arbolada y desde la ventana de la sala, Doña Francisca Girado, dama federal, contemplaba la iglesia, prisión de su marido con el corazón helado y los ojos secos. Así fue la historia de amor y muerte que se tejió en el ángulo más amado de la Plaza Independencia.

 
 
 
 

Avancemos algunos años: estamos en 1857; Chascomús quiere tener su hogar común, una casa propia para albergar las autoridades municipales.

Una vez más los vecinos se ponen en movimiento: se levanta una suscripción entre los habitantes del Partido para que sea realmente la casa de todos levantada con el aporte de todos.

La empresa José Bellos puso manos a la obra. Una mañana de otoño, el 4 de abril de 1858 se colocó la piedra fundamental.

La arquería maciza y rítmica va creciendo; luego el refugio amable de la recova. Sobre la puerta principal, plantada en el medio de doce arcos, se yergue una espadaña, y en lo alto, la balaustrada pone su remate de encaje. Es el viejo Cabildo, esa reliquia que en Chascomús actual sólo conoce por foto: asiento de las autoridades municipales, sede del Juzgado de Paz, la Comisaría y la escuela, corazón de la vida ciudadana y escenario obligado de los días fastos y nefastos que vivió nuestro pueblo a lo largo de 80 años hasta el día aciago en que fue demolido ( 1939). Todavía lo lloramos, como se llora la pérdida de las cosas que se van definitivamente y no se pueden reemplazar. Con el Cabildo se fue mucho de ese sabor antiguo que hace tan especial a Chascomús.

 
 
 
 

A fines de siglo pasado la Plaza Mayor es ya un espacio privilegiado; a su vera nacen otros edificios públicos y va adquiriendo su aspecto actual. Pero las gentes no son las mismas: ya no se ven blandengues ni mazorqueros, porque el Chascomús de fines de siglo es el Chascomús "gringo", donde un millar y medio de extranjeros ofician de levadura magnifica, imponiendo su sello en la economía, la sociedad y la cultura. En el Chascomús gringo los anuncios de remates se escriben en inglés y los menús en francés, mientras la ópera italiana y la zarzuela española acarician el oído de los melómanos.

Precisamente, ese Chascomús amó la música. La Plaza Independencia vibraba a los acordes de la banda pueblerina cuyo programa ocupaba un lugar destacado en los diarios.

Los domingos y fiestas, la ronda por la plaza vestida de música, era de rigor: un poco para escuchar, y otro poco para ver y dejarse ver. ¡Cuántas miradas se enlazaban, cuantos amores nacían mientras la banda desgarraba valses y mazurcas! Por entonces, hubiera sido imposible concebir un festejo sin música.

Es en esa época en que el país todo, y por supuesto Chascomús, miraban apasionadamente a Europa, en que la Plaza Independencia adquiere uno de sus lindes, marcado por el edificio esbelto de rejas bellísimas, que alberga al Banco Nación.

El Banco de la Nación Argentina abrió sus puertas en Chascomús en 1892, pero en una casa alquilada, la que no condecía con la jerarquía de la institución. Es así que adquiere un solar elegido sabiamente, ya que ocupa una manzana de menor tamaño, de bodoque el edificio presenta tres frentes, lo que valoriza sus elegantes líneas.

Según los gustos que impuso entre nosotros la "Generación del 80" el edificio es de estilo neoclásico y consta de tres cuerpos, el central saliente y con un coronamiento perforado para lucir un reloj, que en la actualidad ha desaparecido, al igual que los copones que ocupaban las hornacinas a ambos lados del balcón. Desde su inauguración, el 6 de septiembre de 1908, este soberbio edificio está integrado al paisaje cotidiano.

 
 
 
 

Hasta ahora hemos hablado de los edificios que rodean la plaza, pero no de la plaza misma. Hasta principios de este siglo no era sino un cuadrado bordeado de paraísos, donde en las fiestas patrias se celebraban carreras de sortijas; como dato es suficiente para darnos una idea de lo descampado del lugar.

En 1903, los paraísos de flores azuladas y aroma dulzón, fueron tronchados ante el espanto de muchos vecinos.

A partir de 1909 se fueron trazando los canteros para transformarla en un ámbito adecuado para las "Fiestas del Centenario" (1910).

Veamos como vivió la Plaza Independencia aquellos memorables días: desde las siete de la tarde de la víspera, luce iluminada; la madrugada del 25 la despertó con ciento y una bombas, y a la media mañana la encendió con las voces de mil quinientos niños entonando el Himno Nacional. Entonces se colocó la piedra fundamental del monumento al General San Martín, y una columna cívica, formada espontáneamente y encabezada por catorce niñas representando a las Provincias Argentinas, se derramó por las calles, entre vítores y músicas de banda.

Por la noche, la plaza era un mágico cuadrado, donde estallaban, giraban y danzaban los fuegos artificiales, delicia de grandes y chicos.

Algo real quedó de esta fiesta: la estatua del General San Martín. Levantando el basamento, se transportaron por tren las diversas partes que se depositaron en el centro mismo de la plaza que nos ocupa. Todo el mundo vigiló, embobado, el armado y emplazamiento del monumento. Se inauguró oficialmente el Día de la Patrona , 24 de septiembre de 1912, con una fiesta espectacular, con un pueblo en suspenso y las campanas echadas a vuelo, el monumento apareció un instante y volvió a desaparecer, oculto por una lluvia de flores. casi un acto de magia.

Mientras tanto, el entorno de nuestra Plaza Mayor se sigue completando. Aquí debemos referirnos a una figura maciza y bonachona que cruza sin cesar la plaza: es el Párroco Quintana, "Don Julián" para todo el mundo.

La iglesia, preocupada por las luchas obreras que signaron el último tercio del siglo, buscó una salida cristiana. Así dio a conocer sus memorables encíclicas, y en el orden práctico propicio la creación de "Círculos de Obreros Católicos". Chascomús tuvo el suyo, fundado en 1909.El grupo, con todo ánimo, se propuso educar al trabajador: para eso creó una escuela nocturna, y organizó un grupo teatral y otro musical. Como carecían de sede propia, se propusieron conseguirla, con la cooperación decidida del entonces Cura Párroco, Juan Bautista Brazzola, por eso lleva su nombre la pequeña y acogedora sala teatral, de acústica perfecta, que alberga hoy tantas expresiones de arte y cultura.

 
 
 
 

Junto al teatro Brazzola levantó su templo al deporte vasco por excelencia, tributo de esa noble y numerosa colectividad a nuestro Chascomús actual, nacido de tantos abuelos vascos. No hubo estancia que no tuviera su frontón, para jugar "a mano limpia", como se acostumbraba a hacerlo. Pese a la introducción de otros deportes, que se popularizaron muy rápidamente, el juego de pelota perduró con firmeza, y sus cultores decidieron levantar un club para disfrutarlo. La comisión se formó en 1925, y tanto trabajó que parte del edificio se habilitó dos años después, y para 1929 estaba terminado. Don Eduardo Newton, autor de los planos y director de la obra, quiso reflejar en ella el estilo vasco, símbolo de lo que la entidad representaba. Desde entonces, el Club de Pelota domina otro rincón de la Plaza Independencia , y su conocida cancha tanto tiembla con los desafíos entre famosos pelotaris, como se engalana para bailes memorables.

Para la década del 30 la Plaza Independencia era ya la plaza que conocemos todos, salvo en uno de sus lados, el de la calle Cramer. Allí seguía, maltrecho pero en pie, el Cabildo de los rítmicos arcos y espaciosa recova. Parecía ya demasiado vetusto y poco funcional para albergar las múltiples actividades del gobierno comunal, de modo que se empieza a barajar la idea de un nuevo edificio. Se pensó en levantarlo sobre la Plaza Libertad , pero triunfó el deseo de ubicarlo en el lugar tradicional, el lugar que desde la fundación había sido sede de la autoridad pueblerina. Entonces, demoler el viejo Cabildo se hizo imprescindible. En su lugar empezó a alzarse el edificio actual: discutido, controvertido, defendido por algunos en nombre del progreso y condenado por otros en defensa de la tradición y aún de la estética arquitectónica.

El nuevo palacio se inscribe en general dentro del estilo barroco americano, con sus líneas sinuosas y sus columnas salomónicas; sin embargo, la gran escalera que se bifurca y los espejos del piso superior parecen querer emular a Versalles.

Tachado de "verdadero mamarracho" o bautizado popularmente como "la torta con velitas", lo cierto es que el Palacio Municipal está allí: ya ha dejado de ser hermoso o feo, es simplemente nuestro, y para las jóvenes generaciones es el único.

 
 
 
 

En síntesis: la Plaza Independencia es el resumen mismo de la historia de Chascomús: La Casa de Casco y La Iglesia de la Merced representan las raíces hispánicas, la semilla vital de los orígenes, y el comienzo de nuestra vida independiente. El Banco Nación, el Chascomús "gringo", imagen de una época que quiso ser Europa y lo reflejó hasta en la arquitectura. El Club de Pelota es el ingrediente vasco, tributo a esa gota de noble sangre que tiene prácticamente todo Chascomús.

El teatro Brazzola es el espejo de una situación histórica a la que nuestro pueblo no escapó: el ascenso de la clase trabajadora a la vida política y cultural. El monumento a San Martín es nuestro entronque en la historia nacional, nuestra manera de decir que somos argentinos.

 
 
     
 
Susana Caquineau © 1999-2006